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AMOR DE MANGO Magias de la Cercanía


"Amor de Mango” es, como su nombre lo indica, una declaración de amor. Amor a los propios orígenes, a la propia historia. Tejido de recuerdos, construcción de una memoria, afirmación de un pasado con diversos lenguajes escénicos.

Conmueve la intimidad del actor, su fragilidad y desnudez, su alegría y su capricho, su dolor y su temor. El impudor de sus nostalgias lo hace valiente. La piel sonrosada de su pensamiento produce ternura, las secretas victorias de su discurso encriptado, envidia.

Unos pocos objetos se articulan para construir la totalidad del acto que expresa y comunica. Una olla de aluminio grande, como para hacer sancocho o tamales; arcilla que deforma la cabeza y el rostro como una máscara; una media amarilla de jugar fútbol, una sola, en la pierna izquierda; un trapo que envuelve un mango; y un mango, no cualquiera, el mas grande.

La continuidad, el flujo, se da en el pensamiento y la emoción que se mueven a la vista del espectador de manera transversal. Las imágenes que los condensan relacionan la interioridad del actor con los objetos en el espacio. Entonces uno ve su relación con la olla, con la máscara, con la pierna de media amarilla y con el mango en una progresión que devela su emocionar, su recordar, su pensamiento, su valoración. Parece magia.

Uno lo ve y lo siente, pero también lo escucha. No a la manera de un discurso verbal ceñido a la lógica del lenguaje articulado y la razón: antes de ello. En una frontera entre el sonido y la palabra que relaja o disuelve la fonética convencional al punto de entender unas pocas palabras. Justo las que significan para el espectador, en el contexto de imágenes articuladas y en movimiento.

Y la música. La ‘porra caimanera’ es una canción festiva de banda pelayera de antaño, que hoy por un equívoco centralista llaman música navideña. Preguntado el actor al terminar la función por el origen de la ‘caimanera’, reconoció que era un recuerdo de infancia. Bailada desde la locación central del sentipensante, imagínante personaje, se convierte en motivo fundamental de expresión festiva, de comunicación del latino actor.


Autobiografía en movimiento, “Amor de Mango” pronto ajusta un cuarto de siglo, con actuación de Jorge Eliecer Ochoa y dirección de Sergio González, como Laboratorio que abarca múltiples dimensiones, en la perspectiva del ya legendario teatro “Acto Latino”, que fuera también comuna, comunidad, tercera vía en un momento trascendente de la historia del teatro en Colombia.

Conozco a Jorge y a Sergio de años atrás. Persistir es la victoria del teatro; contra toda previsión, como exploración del ser humano, de su condición y sus lenguajes, el teatro persiste. Pero más que ello, como espacio de creación, artesanía de futuros, el teatro existe y es una alternativa potente para los y las jóvenes, porque ellos y ellas, para escándalo de tecnócratas y burócratas de toda laya, no piensan solo en sobrevivir sino en vivir, plena, justa, alegre, creatívamente.

Al cabo de estos largos y sabrosos recorridos, aquel viernes 9 de diciembre nos acompañó Pepe Colegial, poeta de la “Peña de la Independencia”, agrupación cultural, festiva y combativa, que brilló alrededor del año 1980, y presenció la función esa noche, por azares que tienen que ver con la cercanía.

Suma de magias que vienen de lejos, nos honran en la Cercana Temporada del Teatro Vargastejada Casa de Fu, la cual concluye su primera versión con la memoria andina de FERNADITO, el heredero del incanato, flor que se marchitó allende el mar y renace, fresca y hermosa, en la escena de YANANTIN, este viernes y sábado próximos, 16 y 17 de diciembre, iniciando las festividades navideñas del año 22.

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